El siervo de la gleba era un servidor que no tenía el derecho de salir de su campo, del lugar donde trabajaba. Tenía que trabajar allí toda su vida, estaba ligado a la tierra. No era, por lo tanto, un hombre libre en toda la fuerza del término, pero, a pesar de no ser un hombre libre, tenía innumerables derechos. Tenía el derecho a la tierra, y el señor no lo podía echar. Tenía por lo tanto, más derechos que un colono de hoy, que un empleado de hoy. Tenía además una especie de propiedad sobre su casa y sobre una parte de las tierras que cultivaba. Se le pagaba habitualmente dándole en posesión tierras de cuyos frutos vivía.